Joanna Guillén Valera
Cuando nuestros hijos llegan a una determinada edad cambian de actitud hacia los padres y se vuelven más celosos de su intimidad, incluso, en determinados casos pueden llegar a adquirir una actitud agresiva.
En este sentido, se pueden diferenciar dos tipos de vertientes, según informa el psicólogo Enrique Morales Salinas, del Instituto Sexológico Murciano. “La primera, donde el adolescente siempre ha tenido una actitud de rebeldía desde la edad preescolar y que ha ido in crecendo durante el resto de su etapa evolutiva, y la segunda, en la que se encuentran los que muestran una actitud de rebeldía con un inicio posterior a los diez años, normalmente en relación con la entrada al instituto y, en muchos casos, asociados a factores ambientales o cambios hormonales”.
Detectarlo es simple: “Los padres detectan cambios de comportamiento como, por ejemplo, el rechazo de actividades u objetivos muy comunes antes, como dejar de ponerse un jersey que le encantaba sin explicación ninguna”, ejemplifica Cristina Pérez, psicóloga de Siquia.
Aunque las reacciones y actitudes son diferentes en cada adolescente y no se puede generalizar, “los datos señalan que, de media, los niños muestran conductas de rebeldía más relacionadas con una forma de agresión exteriorizada (robos o confrontaciones físicas”, informa Morales Salinas. “Podría decirse que tienden a enfrentarse a su entorno mientras que la conducta de las mujeres se redirige haca el plano interno (mentir, faltar a clase, escaparse, abuso de sustancias)”, describe. En resumen, podría decirse que “en lo masculino destaca la fuerza y en lo femenino la sensibilidad”, resume Pérez.
La prevención de este tipo de reacciones y su manejo dependerá mucho de la comunicación que tengan los padres con sus hijos y de su fomento durante la infancia. De esta forma, podrán ganarse la confianza de sus hijos con el fin de que puedan hablar con ellos de sus problemas. Según Morales Salinas, el mejor consejo para los padres es que trabajen para conocer a sus hijos. “Que muestren interés por ellos y que sean partícipes de las cosas que les gustan sin excederse y parecer policías interrogando”.
Aquí su recomendación sería “observar a sus hijos y aprender de sus respuestas, analizar cuándo es el mejor momento para acercarse a ellos, qué señales dan cuando están mal y cuándo hay que dejarlos a solas”.
Por su parte, Pérez cree que es importante jugar con dos valores: “La empatía, es decir, entender la situación que atraviesan nuestros hijos y su visión del mundo; y reciprocidad”.
La amistad entre padres e hijos
En esta relación padre-hijo, los padres deben entender que la amistad será relativa. “La comunicación, la confianza y la cercanía a la hora de establecer contacto con nuestros hijos es posible, dejando claros los roles que se adquieren en la familia”, explica Pérez.
Morales Salinas cree que la amistad puede existir dependiendo de lo que se entienda por amistad. Está claro que si se define como una relación entre iguales la respuesta es no e incluso “sería contraproducente”. En su opinión, los padres “tienen que mantener su rol y hay muchos temas en los que es mejor no inmiscuir a los adolescentes, como son los problemas de los padres”.
Si, por otra parte, “se entiende la amistad como una relación sana, de confianza, donde cada uno puede ejercer su rol y compartir dudas desde el respeto, entonces sí es posible”, informa el experto. De hecho, a su juicio “ésta sería la amistad que se debería perseguir entre padres e hijos”.
¿Cómo frenamos un acto de rebeldía?
Si la comunicación, la confianza y la “amistad” no funcionan y tu hijo adolescente tiene un comportamiento rebelde éste se debería abordar desde el aprendizaje. Según Morales Salinas, “si la conducta es leve, se podrá abordar desde la perspectiva del aprendizaje, usando herramientas como el castigo; pero si es más grave, llegando a poner en riesgo la integridad de los demás o de la del propio sujeto, lo mejor sería contactar con un especialista que nos apoye en el proceso, dada la complejidad de la situación”.
Sobre los castigos, Morales Salinas tiene claro que “son necesarios” pero que hay que saber “cómo hacerlos” ya que, aunque es una “buena herramienta de aprendizaje” la realidad es que “es muy complicada y no se debe hacer de cualquier forma”.
El experto distingue dos tipos de castigos: los positivos y los negativos.
- El positivo será todo aquél castigo “en el que se aplica un estímulo aversivo al sujeto, por ejemplo gritar o golpear”. Este es el más conocido y el primero en el que pensamos cuando oímos la palabra castigo. Según el psicólogo “desde una perspectiva educacional, siempre se debe entrenar a los padres para evitarlos y ofrecer otras herramientas para mejorar el trato con sus hijos ya que los efectos a largo plazo de este tipo de castigos son negativos”.
- En segundo lugar, estarían los castigos negativos. Estos implican “la retirada de un estímulo que produzca satisfacción, como dejar al adolescente sin consola o sin móvil”, detalla Morales Salinas. Para él estos serían los más apropiados y estarían dentro de los que trabajan los expertos en el entorno educativo, eso sí, siempre que se hagan con conciencia.
Así, para que un castigo sea efectivo “tiene que ser cercano al momento en que se produce la conducta, que el castigado conozca el motivo y que sea consciente de él”, detalla. Esto es importante ya que, según el experto, aquí es donde más errores se cometen.
“Muchos padres castigan a sus hijos un mes sin móvil pero, tras la insistencia, agresividad o cariñosidad del menor, el padre cede y el mes se convierte en unos pocos días”, describe. Con esta actitud lo que aprenden los niños es que “las consecuencias de sus actos no son tan graves y que con una sonrisa o con un grito pueden arreglarlo todo”.
Por ello, su consejo es hacer castigos realistas y cumplirlos siempre sin excepciones. Además, “serán adecuados a la edad del niño y al tipo de mal comportamiento. No vamos a dejarle sin jugar toda la semana por dejarse un poco de comida en el plato”, añade Pérez.
Refuerzos de buenas conductas
Por tanto, los castigos bien formulados y realistas son efectivos, pero no solo esto es eficaz en la educación del niño o del adolescente sino que más importante que castigar es reforzar las buenas conductas. Así lo afirma Morales Salinas. “Si nuestro hijo está en silencio, callado y haciendo los deberes, será positivo acercarse y decirle que lo está haciendo bien”. En este proceso se evitarán lo refuerzos materiales.
“Una inyección de autoestima tiene mejores efectos a largo plazo que regalar un móvil por las buenas notas, ya que en este último caso los niños pierden la motivación intrínseca por aprender y la transforman en la obtención de bienes materiales y éste es otro error grave que cometen los padres”.
No me gustan sus compañías…
Otro de los problemas a los que se tienen que enfrentar muchos padres está relacionado con las conductas insanas (alcohol, drogas o tabaco) o con las malas compañías con las que salen.
Sobre las conductas insanas, el mejor consejo, según Pérez sería empezar por el principio y la prevención. “Es preferible prevenir y educar en valores, reforzar y sacar fortalezas de nuestros hijos para que ellos se den cuenta”, explica.
Si es tarde para eso, lo mejor será abordar el tema desde la calma. “Hablar en frío va a solucionar más problemas que el enfrentamiento directo”, recuerda Morales Salinas. Para ello, aconseja encontrar el mejor momento para hablar de estos temas y “tomar una actitud dialogante y de entendimiento”. Una buena forma de comenzar la conversación sería “decirle a tu hijo desde el primer momento y sin rodeos que tienes dudas sobre el tema en cuestión mostrando curiosidad para saber cuál es el alcance del problema, sin juzgar y definiendo cuál es la posición que se va a adoptar negociando, entre ambos, para ofrecer toda la ayuda que pueda necesitar”.
El objetivo de hacerlo así es para que “el adolescente no se sienta solo, ya que en muchos casos comienzan estas actitudes por problemas externos, como depresión, malas notas o bullying”, advierte. Por este motivo, cree conveniente “que se consensue con él la visita a un especialista para solucionar el problema y que él, voluntariamente, decida recibir ayuda”.
Si el problema no son las conductas insanas sino las malas compañías la cosa se complica. Pérez tiene claro que los padres deben comprender que “son los amigos de sus hijos y no los suyos” y aconseja trabajar la “escucha activa”.
Morales Salinas recomienda a los padres que se pregunten así mismos por qué sienten ese recelo hacia los amigos de su hijo y si tienen pruebas para sentirse así. Tras esto, “lo mejor es que, a la hora de tratar el tema, no impongan frases como no quiero que te juntes con este grupo, sino compartir tus inquietudes de forma natural y, dependiendo del caso, tratar la situación siempre desde el entendimiento y la comprensión, intentando respetar lo máximo que se pueda la intimidad”, concluye el experto.
Fuente: Cuidate Plus.
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